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32.

septiembre - octubre 2016

NOTA DE TAPA - LIDERAZGO

pueden detectarlos ni usarlos para su

propio beneficio. Ese entendimiento

no se aprende en la escuela. Entramos

al mercado laboral sabiendo leer,

escribir y utilizar ciertos paquetes de

conocimiento, pero sin la habilidad de

controlar las emociones para que nos

ayuden a resolver los desafíos y pro-

blemas que enfrentamos a diario. Para

tomar buenas decisiones se necesita

mucho más que información certera:

ese dominio de los sentimientos debe

ser comprendido, desarrollado y

recompensado.”

Bradberry sostiene que el autocono-

cimiento es la herramienta primor-

dial para desarrollar la IE. “Una vez

desarrollada esa capacidad, es mucho

más simple incorporar el resto de las

habilidades que definen a la inteli-

gencia emocional y son útiles para

mejorar nuestra capacidad de lideraz-

go. Esto requiere un interés verdadero

en descubrir aspectos de uno mismo

que hasta ese momento se mante-

nían ocultos. Si eso genera una cierta

incomodidad, es bueno: significa que

estamos moviéndonos en la dirección

correcta.”

La hora de los “superjefes”

Nueve de los 11 ejecutivos que

trabajaron junto a Larry Ellison en

Oracle entre 1994 y 2004 se convir-

tieron luego en CEO, presidentes

de consejos de administración o

directores de operaciones en otras

compañías. Veinte de los 32 entrena-

dores de los equipos que participan

en la NFL se formaron en el “semi-

llero” de Bill Walsh en los 49ers de

San Francisco. Decenas de ejecutivos

que se desempeñaron junto a Julian

Robertson, fundador del banco de

inversión Tiger Management, hoy

dirigen exitosamente otras firmas

del sector. Determinado a

descubrir qué patrones

comparten esos “líderes

que forman líderes”,

Sydney Finkelstein,

profesor de la Tuck

Jim Whitehurst,

el facilitador

“Mi primera entrevista en Red Hat me demostró que trabajar aquí sería una

experiencia diferente”, rememoró el CEO de la compañía, Jim Whitehurst, en

su libro

The Open Organization.

“No existía una jerarquía tradicional ni un tra-

tamiento especial para los directivos, al menos no del modo que uno esperaría

encontrar en la mayoría de las empresas. Con el tiempo aprendí que toda la

organización estaba basada en el principio de la meritocracia, un concepto que

proviene de la filosofía open source: la mejor idea es la que gana, no importa si

proviene del ejecutivo mejor pago o de un joven que realiza su pasantía de ve-

rano. Para decirlo de otro modo, mis primeras experiencias en Red Hat fueron

una introducción a lo que creo que será el futuro del liderazgo”, reveló.

A diferencia de las piezas de software tradicional, en las que el total de las líneas

de código de un sistema es escrito por el equipo interno de ingenieros de la

empresa que lo diseña, el 80% de la estructura que da forma a los productos

de Red Hat proviene de “no empleados”. Así, un programador que trabaja en

otra compañía puede participar de una “comunidad de desarrollo”, generando

nuevas funcionalidades para proyectos de código abierto. “Contribuir en comu-

nidades open source es una insignia de honor, porque se trata de gente que está

construyendo su reputación de manera interna y también externamente”, explicó

Whitehurst al periódico argentino

La Nación.

“Debemos dejar que los desarrolla-

dores participen en ellas para poder retenerlos.”

La transición de una organización “tradicional y estructurada”, como Delta Air

Lines, hacia esta nueva cultura empresarial, no fue sencilla para él. “Cuan-

do ingresé a Red Hat pensé que era un caos. Recuerdo haberle dicho a mi

esposa: ‘Tengo que limpiar este lugar, es poco profesional’”. A ocho años de

su llegada, la postura que adopta es bien diferente. “Más que la jerarquía y

el control, fomentamos la cultura de la participación

para lograr el alto desempeño. Literalmente, tra-

tamos de que la innovación vaya desde la base

de la empresa hacia arriba. En ese sentido, mi

trabajo aquí no es tanto dirigir, sino permitir que

las cosas pasen”, explica.

Esa concepción, que Whitehurst define como

“liderazgo catalítico”, traslada el concepto de

comunidades a todos los equipos de trabajo de

la compañía. Cada integrante debe exponer sus

avances, inquietudes e ideas al resto del grupo en

reuniones periódicas; los demás dan su feedback,

aportando sugerencias y potenciales soluciones. De

este modo, los participantes crecen en responsa-

bilidades, sumando confianza en sí mismos y

aumentando su potencial. “Si buscamos que

todos se comprometan con una causa, de-

bemos brindarles tiempo y espacio para

‘co-crear’ su forma de abordarla”, indica.